Escribir es un ejercicio de higiene mental. Terapéutico. Las ideas, desordenadas en la cabeza, se hilvanan y relacionan entre sí, para finalmente expresarse de forma limpia y clara.
Cuando uno relee lo escrito, muchas veces ve que lo que en su cabeza tenía sentido, sobre el papel es algo desestructurado e ininteligible. Otras veces sencillamente nos damos cuenta de que hemos escrito una parida de impresión. Esto nos permite volver a dar forma a nuestros pensamientos, replantearnos cosas, y en definitiva reflexionar. Al final, si hemos conseguido escribir algo con un mínimo de coherencia, será el resultado de un proceso de maduración personal, lo que a la postre es también una muestra de respeto ante aquellos que van a leernos.
La vida me ha llevado por derroteros técnicos; pero siempre me gustó escribir. Cuando de niños en clase de Lengua Castellana nos mandaban hacer una redacción -La madre Dionisia era una jueza implacable- mis compañeros resoplaban y escribían de mala gana, mientras yo me explayaba y rellenaba 2 folios.
Más adelante, cuando Internet se popularizó y se convirtió en una herramienta de uso común, una de las aplicaciones que más me fascinó fue poder leer las opiniones de cientos de personas que no había visto en la vida, al tiempo que yo compartía también las mías.
Recuerdo mi primer contacto con los foros de opinión. Aquellas salas llenas de personas estimulantes -había charlatanes pero también auténticos gurús- vibraban con el contenido que se generaba a un ritmo vertiginoso. Los debates eran encendidos; pero se leían exposiciones elaboradas, réplicas y contra réplicas con las que el público era capaz de formarse opiniones sólidas sobre temas a veces realmente complejos.
Desde finales de los 90 hasta alrededor de 2010 mi vida virtual fueron los foros.
En varios de ellos simplemente leía, en algunos compartía esporádicamente mi opinión; pero en otros dedicaba horas a detallar puntos de vista en textos largos y elaborados. Estos textos eran, como indicaba al principio, resultado de un proceso. Cuántas veces, tras un buen rato escribiendo, he terminado borrandolo todo para dejar que alguien más capaz tomara el testigo.
Por supuesto, como sucede en todos los ámbitos de la vida, en ocasiones se colaba algún imbécil que trataba de desestabilizar y ofuscar al personal; pero se les calaba rápido, y el propio sistema de meritocracia los engullía. Cosas de la vida, la democracia jamás funcionó en un foro.
Desafortunadamente para mí, pronto llegaron las redes sociales. Primero Facebook, la cosa empezaba ya a dar pereza, y finalmente Twitter, donde la cosa se jodió tal vez irremediablemente.
Con las redes sociales, sobre todo con Twitter, la redacción pasó a un segundo plano. Se acabaron los textos elaborados. Se acabó el proceso reflexivo de maduración de las ideas. Y claro, con ello también se acabó el debate constructivo y coherente.
Poco a poco vimos como el paisaje mudaba. Pasamos en poco tiempo de hilos de discusión que daba gusto leer y rebatir a cadenas infames de exabruptos inconexos, donde en el mejor de los casos el firmante sencillamente no había tenido espacio para desarrollar su punto de vista, y en el peor ese punto de vista había sido escupido de mala manera sin mediar reflexión alguna en 20 segundos y con el teclado de un móvil.
Si la madre Dionisia levantara la cabeza, la pobre mujer se llevaría un disgusto. Vería con pesar como la tecnología nos ha vuelto idiotas. La instantaneidad en el acceso a la información nos ha hecho irreflexivos, ya no existe esa parte de cocción que era tan importante. Ya no tenemos tiempo. Que gran paradoja.
Es curioso como algo que nació para eliminar barreras y acercar a las personas está consiguiendo alejarnos cada vez más. Como con cada tweet perdemos humanidad y nuestro discurso se diluye.
Echo de menos los foros. Escribir en un espacio como este tiene sus ventajas, por supuesto; pero se siente falso en cierta medida. Carente de alma. No hay un contrapunto, no hay una réplica elaborada de esa persona que admiro o de ese gilipollas al que no soporto.
Internet nació para liberarnos; pero nos tiene atados tan corto que ya casi no somos conscientes de ello. Yo intentaré seguir escribiendo. Forzándome a poner en orden mis ideas y a tratar de desarrollar un discurso elaborado. Tal vez luego no lo lea nadie; tampoco es que importe, seguramente nunca importó.
Escribir es sobre todo un ejercicio de higiene mental.
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